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MEMORIAS DE UN SINGLE

La "universidad fantasma"

EL FIN DE UNA ÉPOCA I

Para mis mejores amigos en la facultad hoy ha sido el fin de una época.  Para mí también, pero a diferencia de ellos, yo aun no he empezado ni puesto las bases para que una nueva comience.

Por eso hoy ha sido agridulce, mientras pasaba de examen a examen superando la prueba psicológica de tener tres el mismo día, mientras me hacía la foto de la orla con mis compañeros, mientras  el destino me ofrecía  me ofrecía a modo de buen capítulo final un rato para conversar significativamente con todos los que han sido importantes estos cuatro años, yo sentía que el ambiente de fiesta y celebración de fin de carrera no iba conmigo.

Era una fiesta a la que no había sido invitado, ellos terminaban y se abría una nueva vida, yo seguía, y lo hacía sin ellos, para mi, simplemente terminaba algo, sin que a día de hoy en mi futuro se ofrezca nada nuevo.

Sólo un largo año por delante, 2012, en el que a modo de travesía del desierto, tendré que decidir que hago con mi vida, tendré que liquidar mi carrera, decidir mi futuro en Madrid.

Un año de muchas decisiones, de muchas despedidas y que a día de hoy no presenta ninguna bienvenida.

Estoy tremendamente solo.  Solo ante el futuro, solo ante mi vida. Como siempre.

Siento que todo cambia, que todo se derrumba a mi alrededor, que sólo puedo dar un paso hacia adelante, y que ni siquiera sé si quiero darlo.

If it makes you happy

Cuando sonaban las campanadas que separaban el ya extinto 2010 de nuestro recién nacido año nuevo, me encontraba buscando una sábana, una funda de almohada y una manta para darle a un cliente del hotel donde trabajo.  No es casualidad que despidiese así un año, sin ningún glamour, sin ninguna fiesta, simplemente trabajando.

Y es que, más allá del hecho anecdótico de que me tocase trabajar en la nochevieja del año pasado, si algo ha definido al 2010 en mi vida ha sido el trabajo, constante, rutinario, permanente y pertinaz como la sequía en la España del caudillo.

Trabajo en el hotel, viejo conocido, adormecedor de mis neuronas, tranquilizadora rutina de mis obsesiones.  Y trabajo en los estudios, un año que empezó intentando remontar un desastroso inicio del segundo curso y que acaba con 14 asignaturas aprobadas y con medio pie en cuarto, el año en el que, teóricamente y según los planes que fijé hace tres veranos, iré a Madrid a terminar la carrera allí y hacer mis prácticas de periodista.

Sí, 2010 ha sido el año en el que he aprendido a ser constante, cual gota de agua, consiguiendo pasito a pasito doblegar las asignaturas de mi carrera y mi voluntad.  No sólo eso, el año en el que mejor me he organizado mis horarios nocturnos, mi alimentación y mi economía (a pesar de que aun así hay que seguir mejorando).

Es como la canción de Sheryl Crow if it makes you happy, why are you so sad? No es que esté triste, es que no estoy feliz.  Supongo que me he acostumbrado a vivir así, sin grandes planes ni proyectos (más allá de sacar adelante mi carrera, que no está mal).   Sin hacerme grandes ilusiones ni expectativas.  Llegar a fin de mes, cumplir las tareas, llegar a tiempo al plazo de entrega de las prácticas, conseguir pasar de curso…y entonces ¿qué? Nada.  Cuando alguno de mis amigos o algún conocido me pregunta por mi vida, por la semana, siento que no tengo nada que contar, que aunque no he parado de hacer cosas, aparentemente muy bien, no estoy satisfecho, que no he hecho nada en realidad porque mi vida está vacía, aunque no pare de hacer cosas…

 Supongo que no se puede ser peón y reina al mismo tiempo, me digo.  Habrá tiempo para la fantasía, para la creatividad, para la frescura, para la luz, más adelante, cuando consiga superar el siguiente cuatrimestre, cuando cumpla el siguiente objetivo, cuando me tome el siguiente café, cuando me vaya a Madrid, cuando termine esta noche de cuatro años.

Pero una duda me atormenta, y no estoy seguro de querer resolverla aún:

 ¿Realmente quiero que se acabe la noche?

UNOS DÍAS DE NOVIEMBRE

Aquí estoy de nuevo, para contaros lo que han sido estos días en Madrid.

El Martes cogí un autobús con ilusión y algo de miedo.  Pero era un miedo "bueno"; un miedo que afina tus sentidos, hace que estés alerta, vivo.  Casi podría decir que era un miedo escénico.  Yo he sido actor y lo que sentí al dejar atrás Granada y sobre todo al adentrarme en la estación sur de Madrid fue lo que sientes esos minutos antes de salir al escenario: toda esa responsabilidad, la sensación de dar vida a una ficción, a un sueño con tu voz y con tu cuerpo.

De momento sólo se trata de poner las primeras piedrecitas, pero sé que comenzar bien es importante.

Mi padre, que me estaba esperando en la estación, me invitó a un cocido madrileño (cómo si no), que estaba cojonudo buenísimo.  Después me dejó porque tenía que trabajar y yo con la tarde por delante decidí recorrer un poquito la villa y corte.  En primer lugar, alguno de mis sitios predilectos: la Gran Vía, Callao, la FNAC.  Allí me enamoré locamente de una dependienta que quiso hacerme una especie de encuesta para que me hiciera la tarjeta del club FNAC:

-No, lo siento, es que vengo muy poco por aquí, no vivo en Madrid -: "aún"-no lo dije, pero lo pensé para mis adentros.

Después de comprar dos libros de Kapuscinsky -que aparte del apellido gracioso, es un gran periodista, al cual me he aficionado bastante en este último viaje-, y de gastarme el dinero en varios cds y dvds que no necesitaba, me fuí a mi antiguo barrio, donde me crié al lado de dos mujeres que ya no están: mi madre y mi abuela.  La verdad, sigue siendo ese barrio chulo, sibarita y elitista a las puertas del retiro, y no ha cambiado nada en lo esencial.  Por aquí un bar cambió su nombre, por allá una tienda nueva o el inevitable bazar chino.  Pero sigue existiendo la librería de al lado de mi casa, la tienda de modelismo con la maqueta de tren llena de detalles, mis viejas papelerías, mi destartalada escuela... Es raro: a diferencia de otras ocasiones, disfruté paseando por mi barrio.  Qué lejos está el Miguel niñó que salió de allí necesitando respirar.  Me sentí bien, me sentí tan entero y en paz por aquellas calles...¿señal de que algo está cambiando?.

Bueno, vamos con la acción.

Miércoles:  cita en la "universidad fantasma"  Antes he de deciros que mi facultad está a dos horas en metro de cualquier rincón de Madrid, lo cual he contrastado ampliamente estos días (si hasta escribí mi primera "crónica" sobre uno de esos interminables viajes en metro), así que llegO algo tarde, pero con la suerte de que el profesor llega un minuto más tarde que yo.  Y así hago la entrada triunfal en mi primera clase presencial de periodismo.  Es como cumplir un pequeño sueño, un paso largamente aplazado.  Es extraño, porque de pronto es como reencontrarme con una parte de mí mismo que estaba allí esperando, en esa clase, desde mis dieciocho años. Cómo si existiese el destino.  Al entrar un montón de estudiantes de primero me miran con curiosidad.  Yo también los miro, (Miguel 18), disimuladamente, con una cierta envidia.  "Quién fuera vosotros, tener mis dieciocho y estar aquí, sin más obligaciones y sin el tiempo y el cansancio de las noches pisándote los talones.

Pero termina la clase, y yo sé que no habrá otra para mí, pues sólo he sido invitado a ésta, y como oyente.  Tampoco tendría sentido que me quedara, pues mi vida ya está lejos de este aula.  Así que me pongo el abrigo (Miguel 30), y me dirijo al profesor, que me reconoce enseguida.  Nos tomamos un café en la cafetería -dónde si no-, y tenemos una charla muy amena, casi de igual a igual.

Después de eso, y como si fuera la primera vez, voy a la biblioteca a reunirme con mis apuntes, con mi futuro.  Puede sonar cursi, pero en estos momentos me siento como un niño el día de reyes; ¡todo es tan nuevo!, y vivo cada pequeño encuentro, cada inauguración de este curso como algo excepcional, lleno de ilusión.

Conocer a Charo, es uno de eso momentos.  A diferencia de mí, que le llevo unos doce años a la media de estudiantes de primero, Charo me lleva a mí...20 años.  Pues sí, porque ella tiene 50.  Y dos hijos en edad para ser "compañeros de pupitre". Pero si os digo lo que he sentido, lo que me ha transmitido hablando con ella, es que es una de las personas más juveniles -en el sentido de vitales, vivas -, que he conocido nunca.  Charo es importante por dos razones.  Primera: porque es la primera compañera "virtual" que conozco, mi primera colega en la aventura universitaria que he emprendido. Y segundo, porque ella me ha hecho comprender que la verdadera edad no se encuentra en el carnet de identidad, sino en el espíritu.

Sí, ya sé que lo sabía, pero ahora además lo siento dentro de mí, sé que es de verdad.