Blogia
MEMORIAS DE UN SINGLE

UNOS DÍAS DE NOVIEMBRE

Aquí estoy de nuevo, para contaros lo que han sido estos días en Madrid.

El Martes cogí un autobús con ilusión y algo de miedo.  Pero era un miedo "bueno"; un miedo que afina tus sentidos, hace que estés alerta, vivo.  Casi podría decir que era un miedo escénico.  Yo he sido actor y lo que sentí al dejar atrás Granada y sobre todo al adentrarme en la estación sur de Madrid fue lo que sientes esos minutos antes de salir al escenario: toda esa responsabilidad, la sensación de dar vida a una ficción, a un sueño con tu voz y con tu cuerpo.

De momento sólo se trata de poner las primeras piedrecitas, pero sé que comenzar bien es importante.

Mi padre, que me estaba esperando en la estación, me invitó a un cocido madrileño (cómo si no), que estaba cojonudo buenísimo.  Después me dejó porque tenía que trabajar y yo con la tarde por delante decidí recorrer un poquito la villa y corte.  En primer lugar, alguno de mis sitios predilectos: la Gran Vía, Callao, la FNAC.  Allí me enamoré locamente de una dependienta que quiso hacerme una especie de encuesta para que me hiciera la tarjeta del club FNAC:

-No, lo siento, es que vengo muy poco por aquí, no vivo en Madrid -: "aún"-no lo dije, pero lo pensé para mis adentros.

Después de comprar dos libros de Kapuscinsky -que aparte del apellido gracioso, es un gran periodista, al cual me he aficionado bastante en este último viaje-, y de gastarme el dinero en varios cds y dvds que no necesitaba, me fuí a mi antiguo barrio, donde me crié al lado de dos mujeres que ya no están: mi madre y mi abuela.  La verdad, sigue siendo ese barrio chulo, sibarita y elitista a las puertas del retiro, y no ha cambiado nada en lo esencial.  Por aquí un bar cambió su nombre, por allá una tienda nueva o el inevitable bazar chino.  Pero sigue existiendo la librería de al lado de mi casa, la tienda de modelismo con la maqueta de tren llena de detalles, mis viejas papelerías, mi destartalada escuela... Es raro: a diferencia de otras ocasiones, disfruté paseando por mi barrio.  Qué lejos está el Miguel niñó que salió de allí necesitando respirar.  Me sentí bien, me sentí tan entero y en paz por aquellas calles...¿señal de que algo está cambiando?.

Bueno, vamos con la acción.

Miércoles:  cita en la "universidad fantasma"  Antes he de deciros que mi facultad está a dos horas en metro de cualquier rincón de Madrid, lo cual he contrastado ampliamente estos días (si hasta escribí mi primera "crónica" sobre uno de esos interminables viajes en metro), así que llegO algo tarde, pero con la suerte de que el profesor llega un minuto más tarde que yo.  Y así hago la entrada triunfal en mi primera clase presencial de periodismo.  Es como cumplir un pequeño sueño, un paso largamente aplazado.  Es extraño, porque de pronto es como reencontrarme con una parte de mí mismo que estaba allí esperando, en esa clase, desde mis dieciocho años. Cómo si existiese el destino.  Al entrar un montón de estudiantes de primero me miran con curiosidad.  Yo también los miro, (Miguel 18), disimuladamente, con una cierta envidia.  "Quién fuera vosotros, tener mis dieciocho y estar aquí, sin más obligaciones y sin el tiempo y el cansancio de las noches pisándote los talones.

Pero termina la clase, y yo sé que no habrá otra para mí, pues sólo he sido invitado a ésta, y como oyente.  Tampoco tendría sentido que me quedara, pues mi vida ya está lejos de este aula.  Así que me pongo el abrigo (Miguel 30), y me dirijo al profesor, que me reconoce enseguida.  Nos tomamos un café en la cafetería -dónde si no-, y tenemos una charla muy amena, casi de igual a igual.

Después de eso, y como si fuera la primera vez, voy a la biblioteca a reunirme con mis apuntes, con mi futuro.  Puede sonar cursi, pero en estos momentos me siento como un niño el día de reyes; ¡todo es tan nuevo!, y vivo cada pequeño encuentro, cada inauguración de este curso como algo excepcional, lleno de ilusión.

Conocer a Charo, es uno de eso momentos.  A diferencia de mí, que le llevo unos doce años a la media de estudiantes de primero, Charo me lleva a mí...20 años.  Pues sí, porque ella tiene 50.  Y dos hijos en edad para ser "compañeros de pupitre". Pero si os digo lo que he sentido, lo que me ha transmitido hablando con ella, es que es una de las personas más juveniles -en el sentido de vitales, vivas -, que he conocido nunca.  Charo es importante por dos razones.  Primera: porque es la primera compañera "virtual" que conozco, mi primera colega en la aventura universitaria que he emprendido. Y segundo, porque ella me ha hecho comprender que la verdadera edad no se encuentra en el carnet de identidad, sino en el espíritu.

Sí, ya sé que lo sabía, pero ahora además lo siento dentro de mí, sé que es de verdad.

 

0 comentarios