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MEMORIAS DE UN SINGLE

AQUI EMPEZAMOS.-

Para empezar voy a contaros algo de mí.  Vivo en Granada, en un piso compartido con dos estudiantes.  He cumplido este año los treinta y después de un largo tiempo he dejado la relación que tenía con mi novia.  Después de todo un infierno de reproches y dudas, y de haberme sentido como la peor persona sobre la faz de la tierra, empiezo a coger un poco de aire y a darme cuenta de dos cosas:

-          Lo que me ha pasado a mí le ha pasado a más gente, y sin duda volverá a pasar a otro montón más,

-          Ahora que ya me he flagelado y compadecido lo suficiente va siendo hora de que vea lo que hago con mi vida.

Sin dudar, soy una persona afortunada, porque siempre en mi vida he estado rodeado de personas que me han querido mucho.  Muchas de esas personas continúan, otras cambiaron.  Alguna murió y otras se fueron o las eché yo.  Pero todas permanecen en mi corazón.  Todas han pintado lo que soy, mi retrato está hecho de un sinfín de pinceladas de aquellos que guiaron mi mano en momentos de duda, o incluso en momentos de claridad.

Si tuviera que decir cuál es el aspecto de mi vida del cual me siento más satisfecho, cual es para mí mi mayor capital, diría una y otra vez que son mis amigos.

Con dos de ellos vivo ahora, son precisamente dos de los que más quiero.  En los últimos meses se han portado fenomenal conmigo, supieron apoyarme con su comprensión y con su presencia (a veces silenciosa, a veces ruidosa).

Con los amigos pasa como con las modas.  Una temporada se pone de moda un jersey de rayas negras y ya no sales de casa sin el jersey de marras.  Hay temporadas en las que simplemente, la persona y el momento se juntan y entonces no hay nadie que te conozca ni te pueda ayudar mejor.  El resto de amigos permanece pero tu echas mano de los que en esos momentos más te abrigan.  Luego, por supuesto están esas prendas de las que echas mano solo durante una temporada y luego ya nunca más.  Y también  aquellos a los que les cogiste tanto cariño que ya siempre forman parte de tu ropero.

Con mi novia lo dejamos después de año y medio de relación. La razón que le di a ella es que no la quería lo suficiente.  Parece cruel, pero me pareció lo más honesto y lo más cercano a la verdad.   Hubo problemas desde el principio, pero no eran problemas insuperables.  Quizás lo más importante, que yo no me imaginaba una vida con ella. Hay momentos en la vida (y son muy peligrosos) en que si no sabes lo que quieres te ves arrastrado por aquellos que si saben muy bien lo que quieren.  En cualquier caso, creo que lo que realmente no quería era dejar la relación con un matrimonio y a lo mejor con un hijo de por medio.  Para ciertas cosas hace falta tenerlo claro.

Al decir que no la quería lo suficiente parece que diga que no la quería nada.  Pues no es verdad.  La quise mucho, mucho.  Me pregunto si volveré a querer y a confiar en otra persona como en ella.  Ah, que lo había olvidado, soy un single urbano:  Lo mío es sexo sin amor y amistades con derecho a roce.  (Pues no me lo creo ni yo, pero bueno, nadie es perfecto, y hace tiempo que aprendí a vivir con mis incongruencias):  soy un single urbano un poco raro…

El tema de los treinta años.  Para mí, no se trata de una edad más.  Será porque es un número muy redondo, o porque cuando era más joven (aún sigo siéndolo,  grrr…) tenía todo un mundo creado para esta edad.  Pensaba que con treinta años terminaría la carrera (no que empezaría una nueva, la tercera), que tendría un trabajo de lo mío (¿qué es lo mío?) y también, y sobre todo, que sabría cual es mi lugar en el mundo, que sabría lo que hacer (jajaja).

La realidad, sin embargo, es otra.  La realidad es que ya ha empezado la pelicula, y lleva un rato largo.  La buena noticia: mientras hay vida, hay esperanza.  Puedo levantarme y pensar que aún me queda tiempo para hacer de mi vida lo que siempre soñé que sería.  La mala noticia, es que con treinta a diferencia de cuando tienes veinte ya sabes que se pueden hacer cambios, pero que estos tardan tiempo en realizarse, no son baratos y mucho menos milagrosos.

Y ahí están los enemigos de siempre: la rutina tan embrutecedora, las relaciones que nos demuestran nuestros límites, la desmoralizadora realidad de ver que ya no somos niños ni por tanto inmortales.

Y yo estoy en un punto… dijéramos que no es ni optimista ni pesimista, sino todo lo contrario.  Como he dicho antes, sé que los milagros hay que trabajarlos todos los días.  Y yo necesito un milagro este año.  Me miro en el espejo que me da una imagen que dependiendo del día y de mi estado de ánimo es un poco más positiva o un poco menos alegre, pero que siempre es implacable.  Miro la calva incipiente, los ojos cansados, miro de frente a este individuo que conozco tan bien, (eso sí: me he dado tiempo para conocerle) y sé de qué pie cojea.  Sé de su pereza, de su melancolía que a veces dura días y otras años.  Sé de su fortaleza para saltar de derrota en derrota hacia la victoria final.  También sé que tiene días en que no se lo cree ni él, y días en los que se siente omnipotente.  Qué arrastra una tristeza crónica hecha de muchas alegrías.  Que si se lo propone y lo hace puede conseguirlo.  Que a veces se subestima tanto que acaba haciendo buenas las peores previsiones.  Y otras, (y a esas me quiero agarrar ahora), simplemente trabaja y espera, y en esa espera sabe que él y el mundo fifty fifty, y que todo puede pasar, pero que él debe seguir ahí, siendo fiel a lo que cree, a lo que tiene, a lo que es.

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