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MEMORIAS DE UN SINGLE

LA ÚLTIMA PINCELADA

Últimamente me siento de un trascendente que asusto.  Todo se agravó desde que vi “Camino” una película impactante y profunda sobre el tema de una niña que con once años debe enfrentarse a un cáncer muy grave y a su primer amor.  Más allá de la polémica que ha suscitado y de la crítica al Opus Dei, se trata de una historia conmovedora acerca del dolor, del amor, de la muerte, del sentido que le damos a la vida…  La historia está basada en un libro que a su vez cuenta la historia real de una niña, Alexia, que sufrió una dura enfermedad y lo que es más importante, su manera de afrontarla, su entereza e incluso su alegría en los momentos finales.  No hace falta decir que he leído el libro y que es tanto o más conmovedor que la película, ya que además es real.  A pesar de que el libro camina por la senda de la fe religiosa y la película más bien por otro tipo de fe más terrena, tengo la sensación de que una y otra completan una imagen de una misma persona, cada una a su estilo habla de lo mismo, eso sí desde puntos de vista distintos.

Bueno, ¿y todo esto, me diréis, a santo de qué?  Últimamente siento la necesidad de encontrar un sentido último a mi vida, a mi existencia.  Reconozcamos que la muerte está ahí fuera, que llegará más tarde o más temprano (espero que más tarde), y me pregunto a veces que pasará con todo esto.  Con todo lo que hago ahora y que imbuido por una actividad frenética  apenas soy capaz de mirar.  ¿Tiene sentido todo este esfuerzo?  ¿Tiene sentido mi vida? ¿Y después qué? ¿Cómo quiero vivir mi vida? 

En las largas noches de hotel entre semana, una vez realizadas todas las tareas rutinarias, y cuando no estoy de bajón recordando  a mi ex, muchas veces empiezo a buscar cosas en internet, en la wikipedia.  Cosas que me interesan, que me provocan curiosidad.  Éstas noches, Kierkegard, Jean Paul Sartré y otros insignes existencialistas vinieron a hacerme compañía.  Hay algo que me reconforta y que no me hace sentir tan sólo en el hecho de que al margen de haber encontrado las respuestas, hay gente que se ha preguntado lo mismo que yo, y ha intentado responderse.

Teo, mi psico, piensa que todas estas preguntas lo que encubren en realidad es mi miedo a plantearme mi vida en el aquí y ahora, a la incógnita del vivir diario.  Según él, tengo miedo a la vida, así que prefiero contestar a preguntas que están fuera de mi alcance antes que intentar responder a las que tanto temor me da enfrentar.

Yo le conté que en muchos momentos (no siempre sintiéndome triste, aunque el pensamiento sea triste), me siento como una hoja al viento, desgajada de un árbol, viajando sola.  Siento tanta necesidad de pertenecer a algo o a alguien, y a la vez tanto miedo...  Y está todo mezclado.  Tengo ganas de amar, de entregarme.  Pero siento pavor. El más mínimo contacto pone en funcionamiento todos mis sistemas de alarma.  Y en esas coordenadas me muevo, sin dar mucha ocasión de que alguien se acerque mucho, viajando como una hoja por el mundo.  

Con Teo hice varios ejercicios para intentar expresar no ya con palabras sino sintiendo todo esto que os digo.  Alguno de ellos me hicieron reir, eran un poco chocantes, pero también hubo más de uno que me hizo sudar… Primero haciendo de hoja mecido por el aire, después refugiándome en un rincón y viendo como Teo se movía a mi alrededor sin poder seguirle nada más que con los ojos, sin mover nada más.  Me di cuenta del miedo que me da no tener (o más exactamente sentir que no tengo) todo bajo control.

Hoy ha sido un día cansado y un poco difícil pero cuando he vuelto a casa Pablo me estaba esperando con la comida preparada.  Me he sentado en la mesa a su lado y después de comer y de charlar juntos, me he quedado dormido en el brasero.  Todo el día me he sentido en casa, en mi casa.  Por la noche hemos hablado mucho, y Pablo me ha contado que tenía miedo a crecer, que le daba miedo la responsabilidad de hacerse adulto.  Yo, mientras le escuchaba pensaba que mientras vivimos nunca estamos completos.  Siempre estamos en un proceso de ser, de completarnos, de ser con los otros, de ser con nosotros, sólo completamos el cuadro al final, la última pincelada de nuestra vida sólo se da cuando morimos.  Sólo entonces se puede decir que estamos completos.

Pienso en la sencillez de los días como ayer en el que salí con un viejo amigo y a pesar de que no pudimos hacer nada de lo que nos habíamos propuesto, lo pasamos genial igualmente improvisando, o el de hoy, limitándome a descansar y a estar con gente a la que quiero.  Estos son los días en los que más lleno me siento, ,momentos en los que me dedico a vivir, a ser, a dejarme llevar sin pensar, por el camino de mis días.

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