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MEMORIAS DE UN SINGLE

EN BUENA COMPAÑÍA

Aunque mi intención era (y sigue siendo) la de escribir un post cada semana o dos, este mes de diciembre ha sido tremendamente duro.  Para empezar, porque en el trabajo he encadenado varias semanas prácticamente seguidas de noche.  Las noches traen aparejado un importante desfase de horarios con respecto a casi todo el mundo, lo que hace que cuando encadeno muchas noches seguidas me “ausente” un poco de las otras partes de mi vida (los estudios, los amigos, la convivencia con mis compaleros de piso, mi alimentación, mi sensatez…).

 

También hay que reconocer que últimamente no doy abasto en la universidad.  Falta un mes para los exámenes y cada vez se acumulan más y más trabajos, temas y tareas.  Aunque no lo llevo mal del todo (y para ser sinceros, mejor que nunca), no estoy todo lo satisfecho y me gustaría estar más al día.  Pero al día le faltan horas, y a mi me sobra muchas veces pereza y cansancio acumulado (otro efecto colateral de trabajar muchas noches seguidas).

 

Pero no estoy aquí para contaros mis penas ni abrumaros con mi “sufrimiento”.  Es cierto que empecé el mes bastante desanimadillo (creo que el post anterior lo refleja claramente).  Pero nada grave.  Simplemente, es que necesito ir adaptándome y encontrando mi ritmo.  Creo que febrero va a ser un mes muy importante en ese sentido, si tengo (como espero tener) éxito en mis exámenes, podré darme un respiro, y también ganar la confianza de saber que esto funciona, que merece la pena el agobio que siento en algunos días.

 

Y bueno, hay personas a mi lado (de las que ya he hablado en otros post) que sin duda son capaces de auparme más allá de mi mismo, de hacerme sentir bien en medio del caos, de la desidia, y que consiguen lo inimaginable: que este año, por poner un ejemplo, las navidades estén siendo una época divertida.

 

Y es que para mí, tradicionalmente, las navidades suelen ser una época triste o cuanto menos melancólica.  Siempre acuden a mi mente las de otros años, pobladas de personas que ya no están conmigo.  Si tenemos en cuenta que en este año he perdido a mis dos abuelos y lo he dejado con mi novia, no son las circunstancias más propicias para pensar que estas navidades iban a ser mejores.

 

Pero no contaba con un elemento importante, diferenciador:  mis amigos.  Ellos marcan la diferencia con otros años.  Y me dan esperanza.  Sobre todo, me demuestran que yo también he cambiado, que no tengo porque encadenarme a viejos recuerdos, que puedo mirar con optimismo y con ambición al futuro, que puedo tener fe.  Si hemos de ser justos, diré que siempre he tenido buenos amigos.  Pero ahora los tengo mejores.

 

Una de las grandes cosas que me han enseñado es que para ser fuerte hace falta también poder ser débil.  Con ellos puedo ser yo.  Un yo que está lleno de imperfecciones, de enfados tontos, de días de mal humor porque sí, de palabras no del todo apropiadas.  Un yo que juega a conocerse en el terreno seguro de la amistad entre iguales que se quieren y se conocen más allá de las palabras.  Ellos me brindan la libertad de ser.  No hay un acto de amor mayor que el que nos da libertad de conocernos para elegir que queremos ser y entonces sí; damos la parte de nosotros más bonita, la más sagrada porque es la real, la auténtica.

 

En nochebuena, Pablo y yo viajamos a su pueblo en Córdoba.  Cenamos con su familia y compartimos algo más que un montón de platos y regalos.  Compartimos una amistad que día a día se crece a base de momentos.  Momentos como acompañar a Pablo en su coche con el carnet recién sacado y la música de las Supremes “you can´t hurry love”.  Momentos de foie con salsa de frambuesa made in Pablo (que bueno), y momentos como ver a mi mejor amigo en su faceta más íntima, la del hogar paterno, lleno de silencios o de palabras que nos gustaría poder decir bien alto. Ir con Pablo de viaje y poder escapar durante unas horas de Granada y nuestra rutina sirvió entre otras cosas para apreciar que tenemos un sitio donde nos apetece volver.

 

El 25, invitamos a Manolo y los cuatro tomamos una cena exquisita preparada por nuestro “chef” y aderezada con todas esas cosas que hacen que Alejandro de una manera muy sutil sea alguien irremplazable en nuestra vida.  A veces siento que somos como los Beatles, o como Martes y trece.  Somos buenos por separado, pero es la unión de los tres lo que nos hace grandes.  Esa fue una cena realmente divertida, creo que la mejor cena de navidad que he tenido en mi vida, rodeado de mis tres mejores amigos, en armonía, en paz.  ¿No es acaso ese el espíritu de la navidad?  No pude echar de menos a nadie, pues de hecho, no puedo pensar en nadie con el que deseara más estar aquella noche.

 

Bebimos mucho, comimos más y contamos y reímos anécdotas que a día de hoy me hacen reír y no hace mucho me hacían sentir francamente desgraciado.  Hubo ratos de confidencias, fotos (algunas absurdas), y momentos en el que el alcohol nos hizo más parlanchines.  Pero no me sentí más desinhibido, pues cuando estoy con ellos siempre estoy desinhibido, siempre soy tremendamente yo.  Gracias amigos.  Feliz navidad.

 

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